El 22 de noviembre de 1963, el presidente estadounidense John F. Kennedy, el filósofo y escritor Aldous Huxley y el apologista cristiano C. S. Lewis murieron. Tres hombres famosos con cosmovisiones radicalmente diferentes. Huxley, agnóstico, incursionaba en el misticismo oriental. Kennedy, aunque era católico romano, defendía una filosofía humanista. Y Lewis, exateo, como anglicano se volvió un declarado creyente en Jesús. La muerte no hace acepción de personas, y estos tres enfrentaron una cita con ella el mismo día.
Jorge estaba trabajando en una construcción al rayo del sol de verano, cuando un vecino entró en el terreno donde trabajaba. Claramente enojado, comenzó a insultar y a criticar el proyecto y cómo lo estaban haciendo. Jorge recibió la catarata verbal sin responder, hasta que el airado vecino dejó de gritar. Luego, dijo amablemente: «Ha tenido un día realmente difícil, ¿no?». De repente, la expresión de la cara del hombre se suavizó, bajó la cabeza y respondió: «Lamento la manera en que le hablé». La amabilidad de Jorge había apaciguado la ira del vecino.
Hay toda clase de nombres para los grupos de animales. Habrás oído de un rebaño de ovejas, un hato de ganado o una bandada de gansos. Pero algunos nombres de uso común pueden sorprenderte. Un grupo de cuervos se llama a veces asesinato; a los cocodrilos, congregación; y a los murciélagos, caldera. ¿Has oído de un edificio de grajos (búhos eurásicos)?
El 29 de junio de 1955, Estados Unidos de América anunció que pondría satélites en el espacio. Poco después, la Unión Soviética declaró que planeaba hacer lo mismo. Así comenzó la carrera espacial. Los soviéticos lanzaron el primer satélite (Sputnik) y enviaron el primer hombre al espacio, Yuri Gagarin. La carrera continuó hasta el 20 de junio de 1969, cuando «el salto gigante para la humanidad» de Neil Armstrong sobre la luna puso fin extraoficialmente a la competición. Pronto asomó una temporada de cooperación que llevó a la creación de la Estación Espacial Internacional.
El delincuente fue arrestado, y el detective le preguntó por qué había atacado descaradamente a alguien frente a tantos testigos. La respuesta fue asombrosa: «Sabía que no iban a hacer nada; nunca lo hacen». Este comentario describe lo que se llama «conocimiento culpable»: decidir ignorar un delito aunque uno sepa que se está cometiendo.
Cuando mi «tío» Emory falleció, los reconocimientos fueron muchos y variados, pero todos conllevaban un tema: Emory mostraba su amor a Dios sirviendo a los demás. En ningún otro lado se evidenció más que en su servicio como médico militar durante la Segunda Guerra Mundial, donde fue a la batalla sin armas. Recibió honores por su valentía, pero más se lo recordó por su servicio compasivo, tanto durante como después de la guerra.
«No hay nada como el hogar», dijo Dorothy, y golpeó los tacones de sus zapatos. En El mago de Oz, solo se necesitó eso para transportar mágicamente a Dorothy y Toto de regreso a su casa en Kansas.
En 1701, la Iglesia Anglicana fundó la Sociedad para la Propagación del Evangelio, a fin de enviar misioneros a todo el mundo. El lema que escogieron fue transiens adiuva nos, una frase en latín que significa: «¡Pasen y ayúdennos!». Este ha sido el llamamiento a los embajadores del evangelio desde el primer siglo, cuando los seguidores de Jesús llevan el mensaje del amor y el perdón de Dios a un mundo que lo necesita desesperadamente.
El Reino Unido rebosa de historia. Dondequiera que uno va, hay placas que honran a figuras históricas y sitios que conmemoran eventos importantes. Pero uno de esos carteles da muestra del gracioso sentido del humor británico: una placa desgastada en una posada en Sandwich, Inglaterra, dice: «En este lugar, el 5 de septiembre de 1782, no pasó nada».
«La persona promedio tomará 773.618 decisiones durante su vida», afirma el Daily Mirror. El periódico británico continúa asegurando que «lamentaremos haber tomado 143.262 de ellas». No tengo idea de cómo llegaron a estos números, pero está claro que enfrentamos incontables decisiones a lo largo de nuestra vida. La mayor cantidad de ellas podría volverse paralizante; en especial, cuando consideramos que todas tienen consecuencias, algunas mucho más trascendentales que otras.